El turismo desde la mirada de una mujer transgénero: testimonio de Laura.

Laura es una mujer transgénero. Habla de sí misma utilizando la fórmula identitaria “mujer trans”. Fue entrevistada en febrero de 2023. En el momento de la entrevista, ella tenía 33 años; de los cuales, los últimos dos los había vivido en Tijuana. En cuanto a origen, ella es de Guerrero. Laura tiene dos hermanos y dos hermanas. Ella fue la tercera hija de su familia. Sus papás aún viven, en Guerrero. Su padre tiene 60 años, y su madre 54. El padre de Laura se dedica al cultivo de, por ejemplo, ajonjolí, calabaza, maíz, tomate, chile, frijol y Jamaica. Sus padres se unieron, como familia, con 18 y 12 años. De esta unión nació el hermano mayor de Laura, cuando su madre tenía 13 años de edad.

Laura creció en Guerrero. Ahí vivió hasta los 16 años de edad, que es cuando emprendió su viaje hacia los EEUU para trabajar en distintos lugares y en diferentes oficios; viaje del que habría de volver a Guerrero, tras dos años de experiencia de migración. Según contó en la entrevista, a los 11 años comenzó a sentir que “le atraían los chavos” (§367). Esto, según su testimonio, sucedió de la siguiente forma:

Como le digo, empecé a sentir algo raro. Como que, empecé a sentir atracción por los chavos, no por las chavas. Porque las chavas, pues, yo las miraba normal… Los chavos como que me atraían. Como que, no sé, que, no sé… A veces, que veía que un chavo besar a su novia, o que la estaba besando, yo quería sentir lo que sentía estar con un chavo así, pues. Como que, quería experimentar eso también yo. Porque me atraían, pues… (§379)

Sobre este punto, Laura agregó que, en su niñez le “…gustaba, así, jugar cosas de niñas, casi más cositas de niñas, o cosas así… […] nunca me gustó el fútbol, nunca me gustó nada eso” (§379). Así, pues, en su infancia fue descubriendo una atracción hacia los hombres. Durante la entrevista hizo hincapié en que, siendo consciente de la discriminación de que podría ser objeto, de ahí que buscara “tapar el ojo al macho” (§305). Atendamos a su testimonio:

…tenía miedo a la discriminación, a que me rechazaran, pues. Siempre lo negué, desde que iba a la secundaria. Siempre lo negué, lo negué, y lo negué… De hecho, tuve una novia en la secundaria, pero, pues, fue mi novia como dos semanas creo, y la terminé luego. […] Pero era como para tapar el, dijera aquel, “el ojo al macho”. Cuando me fui a Estados Unidos fue cuando decidí ya salir, abiertamente, ya (§303 y §305).

Cabe señalar que durante su niñez vivió una experiencia que le marcó fuertemente, y que aún en el momento actual ha trabajado en terapia psicológica, tanto en la fábrica donde trabaja (con quien ha tenido cuatro sesiones), como con la psicóloga que la ha tendido en el IMSS, a raíz de su búsqueda de conseguir el tratamiento hormonal para avanzar en su transición. Esta experiencia, fue un abuso sexual que sufrió a los 12 años, por parte de un familiar suyo. Esta dolorosa historia fue relatada de la siguiente manera:

…tenía como once, doce años. Y que “suéltame porque me estás lastimando”. Y no me quiso soltar. Me agarró la fuerza. Me agarró, me hizo lo que iba a hacer… De hecho, yo grité, lloré, le supliqué que me soltara, y no me soltó. No me soltó hasta que terminó. Me soltó, llegué a mi casa, me fui para atrás… Me senté. Me sentía como que… De hecho, sangré. Me limpié. Estaba sangrando… […] Estuve como triste, como que me habían quitado algo, o como que, no sé, se llevaron algo de mí, no sé, pero me sentí así, como que me faltaba algo. Y, por miedo, pues no le conté a mi mamá. De hecho, fue un familiar de nosotros. Y nunca lo conté hasta la vez… Y, pues, sí fue fea esa experiencia, la verdad. No puedo decir que, por eso, por ese motivo, soy como soy. Porque ya, desde ese entonces yo ya sabía lo que, lo que estaba sintiéndome (§367).

Esta dura experiencia, Laura la guardó para sí. No habló sobre ello con su madre, ni con nadie de su familia, debido al miedo que le causaba el pensar que podía ser regañada y golpeada por haber hecho algo “malo”, a pesar de que ella había sufrido de ese abuso. Estas fueron sus palabras sobre el tema: “…por ese motivo […] no le dije a mi mamá; tenía […] miedo de que tal vez me iba a pegar […] porque era algo malo, o cosas así… (§367).

Llegados los 13 años, la madre de Laura se enteró de su orientación sexual. La noticia no fue bien recibida por su familia. Así fue como relató esta situación:

…al principio cuando mi mamá se enteró […], la verdad me, me pegó. No sé, agarró un mecate y… Porque yo estaba más chico. Me acuerdo que agarró un mecate y me pegó. Me estaba golpeando, pues… No sé si fue su coraje o, o el coraje de que no le haya dicho. […] Y cuando llegó mi papá, […] le preguntó primero a mi mamá, […] “¿Qué tiene el chamaco, por qué está así?”. […] Y ya le dijo que no era motivo para que me pegara. La regañó, pues, más que nada. Le dijo que no era motivo para que me golpeara. Creo que a veces uno piensa que el papá es el que más se va a enojar, pero no… (§295 y §297).

Con estos antecedentes, Laura emprendió su viaje hacia los Estados Unidos, a los 16 años. Aunque, la situación que enmarca este suceso, estuvo más marcada por el azar y por la disposición de aprovechar una oportunidad, que por una planeación que antecediera dicha acción. Sucedió que su tío estaba trabajando en Estados Unidos. Él cruzó a la frontera de México con intención de llevar al hermano de Laura, también a trabajar fuera de México. Pero el hermano, de último momento, decidió no migrar a Estados Unidos. Y fue, entonces, que se le planteó a Laura esa oportunidad. Y, en palabras de Laura, “y ya me dijo a mí, y yo me animé en ese ratito; en ese ratito arreglamos las cosas y vámonos…” (§39).

Trabajar como migrante en Estados Unidos fue todo un reto para ella. Fueron dos años (de sus 16 a sus 18 años) en los que trabajó como jornalera en el cultivo de tabaco, sandia, fresa y calabaza. Trabajó en “la yarda” (jardinería) y en una pescadería, empaquetando filetes de sardina. Todo esto, con “documentos falsos para trabajar” (§45). Estar fuera de casa, en plena adolescencia, le representó, también, una oportunidad para experimentar una libertad nueva; de modo tal, que, como ella misma lo relató,

…allá yo me dediqué al vicio, allá. Una vez me agarró el policía; tomando en unos naranjales. Me agarraron, me esposaron, me llevaron a mi casa y esperaron a que me metiera y se fueron, y al otro día fueron a hablar con mi tía, y le dijeron que, si me encontraban otra vez, me iban a meter a la correccional de menores… (§209).

Según su testimonio, estas fueron experiencias que implicaron ingesta de alcohol, y “dos veces droga, por ver, a grandes rasgos…” (§211). Y, como se puede apreciar en su testimonio, estas experiencias de “vicio” fueron sólo “por ver”; es decir, formaron parte de una experimentación adolescente. Sin embargo, dentro de los discursos que ofreció en torno a su experiencia de migración, hubo un dato que destacó en relevancia: el hecho de que, después de sus dos años de trabajar en Estados Unidos, ella regresó a Guerrero vistiendo de manera femenina. Las siguientes, son las líneas en que abordó esta cuestión:

…cuando llegué de Estados Unidos a donde vivo; o sea, porque yo me fui normal, vestida como un chico, y regresé, pues, ya con ropa femenina. Y siempre […] había […] gente por ahí, y empezaban a hablar… Que se fue para Estados Unidos, que se fue hombre y ahora regresó no sé qué cosa, […] que […] allá lo dañaron o se dañó… Cosas así. Y la verdad, sí te da como coraje o cosas así, pero como nunca les hice caso a los comentarios. Al final, quedó algo normal, ya no decían nada, ni nada (§291).

Más adelante, en la entrevista, volvió sobre el tema, y señaló lo siguiente:

…cuando regresé, que ya había […] decidido vestirme de otra forma, le comenté a mi papá […] Fíjate que […] me gusta lo femenino, me voy a empezar a vestir femeninamente, le dije… Y, pues, yo quiero saber si me vas a aceptar, o no. Si tú no me aceptas, le digo, pues yo me voy a otro lugar, y todo eso… Porque, pues la verdad yo te estoy diciendo […] la verdad, y, pues, si me aceptas así… Y pues me dijo […] que nos quería a todos por igual, y que a él no le importaba eso. Y […] por ejemplo, ahorita mi mamá, cuando estaba allá, […] me compraba blusas, calzones, como uso lo que es todo de dama, pues, calzones, blusas y todo; pantalones, todo… (§297).

Esta percepción de aceptación, no sólo fue planteada en lo referente al ámbito familiar. Como ella lo señaló, también fue bien recibida en su comunidad. Ejemplo de ello, es la siguiente nota: “…ahorita me llevo casi con una mayoría […] en el pueblo; de hecho, anduve en la política […], como tengo mucha comunicación con la gente, me buscaban mucho para ayudar …” (§291). Cabe señalar que ese preciso momento de su regreso a Guerrero, estuvo marcado por el hito de su transición, de la adopción de su nombre femenino: Laura. Ese nombre, según la informante, llegó a ella de la siguiente manera: “…ese apodo me puso el señor, cuando recién llegué yo; [fue un señor] de ahí del pueblo, de donde estoy; […] me veía pasar y como saludaba a su esposa y me empezó a decir así” (§297). Y, ante la pregunta de ¿por qué Laura?, su respuesta fue la siguiente: “…lo decían por Laura León” (§15). Así que, de acuerdo a su testimonio, primero fue este señor, el que comenzó a llamarla de esa manera, y, después de él, “…así me empezaron a decir varias personas” (§7).

Así, tras 13 años de permanecer en su lugar de origen, después de su experiencia de migración ilegal a Estados Unidos; Laura decide viajar a la frontera de Tijuana en busca de mejores oportunidades de trabajo y de desarrollo personal. Es decir, ella se fue a Estados Unidos, a los 16 años; estuvo allá hasta cumplir los 18; luego de haber regresado a su pueblo, permaneció en él hasta cumplir 31 años de edad; y en ese momento es cuando emprendió su segunda incursión migrante, hacia Tijuana. Aunque cabe señalar que las edades, de las que se da cuenta en este documento, pueden tener ligeras variaciones (de uno o dos años) por motivo de que no se le cuestionó con exactitud acerca de datos concretos, como el de su fecha de nacimiento.

En un principio, vivió en Tijuana junto a su hermano y su cuñada, pero pasados unos meses de vivir con ellos, “llegaron sus cuñados de él y sus esposas” (§98), y esto implicó que la familia se dividiera por necesidad de espacio. A partir de este momento, Laura comenzó a vivir con un amigo gay, también originario de Guerrero. En este nuevo hogar, Laura y su amigo comparten las responsabilidades de la casa. Sobre este punto, Laura comentó lo siguiente: “…a veces yo cocinó, a veces él; comemos los dos; y compartimos camas igual, porque […] él es gay, pues, también…” (§102); y, “cuando compramos algo, también nos cooperamos; para la despensa, todo…” (§106). Cabe señalar que, en lo tocante a su situación laboral, Laura trabaja en una fábrica, en el área de producción. Su salario ronda los $2,460 pesos mexicanos, que equivalen a $138.43 dólares americanos (al tipo de cambio de 17.77 pesos por dólar americano).

Laura es soltera, aunque ha tenido relaciones de pareja con algunos hombres. Su última relación había terminado, aproximadamente, un mes antes del día de la entrevista (4 de febrero de 2023). Según sus palabras, fue una experiencia que la llevó a un límite que ya no fue habitable para ella. Así fue como dio cuenta de esta situación: “Llevábamos como tres meses, creo; pero, pues, no lo aguanté porque me quería dominar; era muy tóxico; si no le contestaba las llamadas, ya me estaba reprochando que ya me había encontrado a otro, no sé, cosas así…” (§57). Más adelante, en la entrevista, también agregó que esa experiencia ha sido también abordada en sus sesiones de terapia psicológica tanto en el IMSS, como en su lugar de trabajo; particularmente, debido a que esa relación estuvo marcada por manifestaciones de violencia como la que relató de la siguiente forma:

…una de las cosas que me decía a mi novio: “es que ustedes, las trans, para eso sirven nada más, para un desliz, y ya”. “Ustedes no saben amar”, dice, “no aman a nadie, no quieren a nadie”. “A ustedes les gusta andar con uno, con otro, con otro…”. Y era lo que siempre me decía cuando se enojaba conmigo… Me humilló, me dijo de cosas… Que era un pinche no sé qué, no sé qué tanto. Que le daba asco, cosas así; aunque después me anduviera pidiendo perdón… Y lo que le molestaba, era que yo siempre le decía: “no, está bien, gracias”. “No, qué gracias, vete a no sé qué…” [, le contestaba él]. “Está bien”, le digo, a mí no me duelen tus palabras. Ya he pasado, he pasado por peor, por peores, le dije; no les hice caso, y aquí sigo, le dije. Me da igual lo que digas, las palabras se la llevan el viento… (§235).

Ante este tipo de situaciones, Laura cuenta con pobres redes de apoyo. En parte, esto se puede explicar por razón de que ella migró hacia Tijuana cuando aún estaba activo el imperativo de distanciamiento social, como consecuencia de la pandemia de la COVID-19. De ahí que sus redes de apoyo se limitaran a su trabajo y su convivencia con el amigo con el que comparte hogar. Sin embargo, esta red se limita a los aspectos económicos y domésticos, ya que, en términos emocionales, ella se siente sola. El siguiente testimonio da cuenta de esta situación: “algunas cosas, le platico a mi amigo y otras cosas, prefiero […] estar sola, pensar; y si tengo que llorar, lloro. […]; porque hay cosas que prefiero no compartirlo; pero sí, cuando he llorado a veces, lloro sola” (§130). Esta consciencia del saberse sola, se reforzó durante la entrevista, al momento de tocar el tema del deseo de tener hijos. Sobre este tema, la respuesta de Laura, fue la siguiente:

Me gustaría adoptar a un niño, o una niña. Porque, yo tengo mis hermanas, porque le comenté a una de mis hermanas. Le dije: Por qué no me regalas un bebé tuyo. Y luego dice: “No ¿Cómo crees que voy a regalar niños…?”. Le digo: “Tienes la opción de que él sepa que tú eres su mamá, y que tu esposo es su papá, pero va a estar conmigo”, le digo… Porque, le digo, como lo que yo estoy haciendo, pues, una, quiero que, que tal vez, con quien compartir, le dije, vivir mi vida, y mis cosas… (§339).

Fuera del ámbito familiar, las redes de apoyo con que cuenta Laura, también son sólo unas cuantas. Por ejemplo, sólo ha hecho contacto con un único grupo comunitario, llamado “Baja Trans” (§132). Aunque agrega que está inscrita en algunos grupos de Facebook, ligados a los encuentros sexuales y al sexo-servicio. Así es como fue planteada esta idea: “Estoy en otros grupos […] donde buscan citas y todo eso; de trans, travestis, transexuales, todo eso […], encuentros… […], sexo-servicio. Aunque a veces publican fotos que no… Bueno que siento que no van. Que…, desnudas o cosas así…” (§139, 141 y 143).

 Es importante el énfasis en una nota que Laura hizo el hablar de los grupos de Facebook, a los que se encuentra inscrita: el momento en que habla de fotos que “siente que no van”. En relación a este tema, la postura de Laura fue categórica. Es decir, mostró un recato en lo tocante a las cosas que se deben mostrar. Ejemplo de ello, son los siguientes testimonios:

O luego, por ejemplo, cuando yo hago una publicación para conocer a alguien o salir, luego te piden que “mándame fotos”. Digo, “si quieres, te mando una normal, porque a mí no me gustan esas cosas […], mandar fotos así…”, le dije. No, pues no. Y le digo, “yo soy una persona seria y por ese motivo […] no pido fotos excitantes, porque yo no voy a dar nada a cambio tampoco”. “A salir”, le digo. Tal vez tomar y, pues, tener una aventura y ya. Y así, pues, casi, nomás veo las publicaciones a veces… (§145, 147 y 149).

Entre los planes de Laura, a futuro, está la idea de abrir un restaurante de comida típica de Guerrero, “…más adelante tal vez [un] negocio, o algo; y estaría bien un negocio de comida; comida, pues, típica, pues, de allá donde somos nosotros” (§381). Aunque no descarta otras posibilidades para futuros emprendimientos, ya que, como ella misma lo afirmó:

Lo que yo, ahorita lo que me gusta [son] las manualidades. Yo, yo, por ejemplo, yo veo un peinado, ahorita en un video, y luego lo hago. O yo hago piñatas también. Hago diferentes tipos, diferentes modelos. El modelo que me pongan, yo los hago. Del tamaño que sea, también. Hago diferentes cosas. He maquillado, he arreglado lugares donde hay bodas, lugares donde hacen altares para difuntos también (§379).

Es decir, tiene habilidad y experiencia para desarrollarse en diferentes ámbitos productivos. A la vez que tiene esperanzas y expectativas en que poco a poco irá saliendo adelante en la vida. Sumado a este sentir, Laura también tiene confianza en que pronto podrá iniciar su tratamiento hormonal en el IMSS, de hecho, no sólo ha asistido a las citas en que se ha dado seguimiento a su petición de iniciar transición, sino que también ha estudiado por su cuenta, el tema. Atiéndase a su testimonio:

Yo estoy bien informada ahorita. Por ejemplo, yo he descargado el video, lo que es el procedimiento. Como le dije a la psicóloga, yo estoy enterada de […] todo el procedimiento, de lo que te van provocando las hormonas, todo eso. Estoy enterada de todo, le dije. Yo ya sé de todo. Ya no más estoy esperando, pues a que, que el […] endócrino me dé luz verde y me recete las hormonas (§250).

En relación a experiencias de discriminación, Laura habló de cosas que le sucedieron en diferentes momentos de su vida. Desde la burla de niños que, en su educación preescolar, la siguieron para ver “cómo hacía del baño” (§365), hasta temas como el antes relatado, en torno a la experiencia de abuso sexual, también durante su niñez. En términos de una categorización de la violencia en los ámbitos interpersonal e institucional, ella dio cuenta de experiencias más cercanas a la categoría de la violencia interpersonal. La única experiencia que podría ligarse a la categoría de violencia institucional, es el hecho de que, en su lugar de trabajo, previo al actual, a ella no se le permitió el acceso al baño designado para las mujeres. Dijo, “…en la otra fábrica, yo entraba al de hombres… y los hombres como que se me quedaban viendo así…; me decían, […] el baño de mujeres está allá…; pero, pues yo entro aquí” (§271 y 273).

Sobre esta cuestión de la violencia institucional, fue significativo que, ante la pregunta sobre experiencias de discriminación institucional, ella haya apelado a un ejemplo del que se enteró “de oídas”. Se trata del caso de “…una trans que estaba en Banco Azteca” (§361). Lo que sucedió, fue que a ella no se le reconocía su nombre femenino por razón de que en sus identificaciones aparecía el nombre masculino. En sus propias palabras, esta historia avanzó de la siguiente manera: “…ahí la llamaban mucho por su nombre de hombre; y le decían que era el hombre, pues; o sea, como que la discriminaban” (§363).

En lo tocante a la violencia interpersonal, en su relato aparecieron tres experiencias sobre su infancia (la burla de los niños en el baño del preescolar, los goles que le dio su madre al enterarse de su gusto por los hombres, y el abuso sexual por parte de su familiar), y dos experiencias más, ubicadas en su vida adulta. La primera, fue la violencia que sufrió en su última relación de pareja (también ya antes abordada), y una situación que le sucedió con un hombre. Esta última experiencia fue abordada en el siguiente diálogo:

§230. Edgar: Dices que, de las cosas que tú has hecho de turismo, ha sido como ir al parque teniente Guerrero, a Rosarito, a aquí… En esas ocasiones, ¿has tenido alguna experiencia de discriminación, de rechazo…?

§231. Laura: No, la verdad no. Más que una vez cuando fui con mi novio a la playa, apareció un señor, y me estaba llamando no sé para qué… Pero yo me metí en un lugar así, como hay piedras, estaba… Y pasó y se me quedó viendo. Yo lo vi, pero ya me empezó a llamar…

§232. Edgar: ¿Sí…?

§233. Laura: Y le dije a mi novio, le digo, ve, me está llamando, y como vio que se acercó mi novio, se fue. Y subió para arriba, y de allá arriba me estaba viendo. No sé si estaba tomado, o no sé, pero sí me estaba…

§234. Edgar: ¿Qué habrá querido…?

§235. Laura: Pues no sé… Tal vez pensó… Bueno, es como le digo, que algunas personas piensan que si andamos por ahí ya quieren, ya queremos sexo…

Las anteriores notas han tenido el propósito de describir experiencias e hitos vitales de la historia personal de Laura, haciendo énfasis en aquellos elementos que dan cuenta de su transición. Y se plantean a manera de antecedentes que permitan comprender las ideas que a continuación se desarrollarán, en lo referente a sus experiencias y expectativas en torno al turismo.

Para Laura, la idea general de turismo es entendida como “conocer lugares, […] visitar, […] conocer lugares diferentes, conocer personas diferentes, […] salir de la misma rutina…” (§159). Algunas de las actividades turísticas que señaló reconocer, fueron “…ir a […] aquí, al parque; a los lugares como los antros; o, […] salir a caminar, […] cosas así…” (§161). Después de abordar este tema, Laura fue cuestionada sobre las actividades turísticas que ella había realizado hasta ese momento. A manera de respuesta, ella dijo lo siguiente: “…he ido a la playa, Rosarito… He ido al centro, a los antros, he ido al parque que está en el centro, […], he venido aquí, pues, al parque Morelos…, y, pues, nada más a esos lugares he ido…” (§205).

Al percibir que la respuesta de Laura, sobre las actividades turísticas que ella ha emprendido, se limitaba a lugares cercanos a Tijuana, se le planteó una pregunta adicional en relación a las actividades turísticas que ella haya llevado a cabo durante su migración a Estados Unidos. Su respuesta fue que ella “iba a los salones nada más, pero [que] casi […] no salía porque en ese tiempo era menor de edad” (§207). Acto seguido, relató el pasaje antes expuesto en relación al “vicio” (§209), con el cual desarrolló la idea de que durante su estancia en Estados Unidos fue que adquirió circunstancialmente el gusto por las bebidas alcohólicas, y también fue donde la curiosidad la llevó a probar drogas “por ver”, es decir, para conocer (§211).

Volviendo al tema de las experiencias de turismo, de Laura, en ellas apareció un relato que dio cuenta de una situación en la que ella experimentó violencia de género. Se trata de la situación antes revisada, en la que ella y su novio visitaron una playa, y un hombre la miraba fijamente y la llamó, con una intención que ella interpretó como una invitación a tener relaciones sexuales. Fuera de esta nota de violencia interpersonal, no hubo recuento alguno respecto a violencias de tipo institucional, enmarcadas dentro de sus experiencias de turismo.

Durante la entrevista, se le cuestionó también acerca de la posibilidad de viajar a otro país. Y ella contestó en que Corea sería un buen lugar para visitar. Al ser cuestionada del por qué ese, y no otro país, ella respondió lo siguiente:

Como te digo, me gustaría ir a…, bueno, a mí me gustan mucho los, los, este, ¿cómo te diré?, los, ¡Ah! ¿Cómo se llaman…? Coreanos. […] Los chinos, igual. Bueno lo que hacen, y también me gusta la comida, porque la como. Y… porque, ¿cómo te diré…? También me atraen las personas. Por ejemplo, los hombres coreanos me atraen, y, por ejemplo, veo a un chinito o a un coreano, y me llama la atención… […] No sé por qué, pero, por ejemplo, le digo a mi amigo, ahora que fuimos [de compras] […], y vi a un chinito, y le digo a, este, a mi amigo, y digo ahí ve, está un chinito, le digo… Dice ¿a poco te gusta…? Me gusta, le digo, no lo conozco, si no me lo va a conseguir, jajaja. Pero me atraen los chinos y coreanos… En Estados Unidos los gringos también, pero no tanto los gringos, porque no sé, pero, no…

Es decir, le gustaría viajar hacia Corea, porque a ella le gustan los hombres coreanos. Ahora bien, al considerar esta posibilidad de visitar otro país, “…si el dinero no fuera, ni el trabajo, fuera una, una preocupación” (§172), Laura exploró otro tipo de actividades turísticas que considera que se podrían llevar a cabo, tal es el caso del visitar otros países con la intención de conocer “la comida típica [de esos lugares], o sus costumbres…” (§165), o “conocer los lugares […] que más visitan, […] por ejemplo, […] la riqueza de un lugar […], ya sean cascadas o tipo de cosas así; […] por ejemplo, como aquí en Tijuana, las playas o los parques, cosas así…” (§171).

En un intento de profundizar en sus percepciones en torno al turismo, se le cuestionó acerca de la persona que ella invitaría, en caso de que ese hipotético viaje a otro país fuese una posibilidad real. Su respuesta fue categórica: ella invitaría a su amigo gay. Dijo: “…con mis papas no, a ellos no les gusta salir, casi; y, mi amigo, pues, como somos amigos íntimos, nos contamos todo…; igual, como yo lo apoyo, él me apoya…” (§229).

Otro tema que fue abordado en la entrevista, fue el del excursionismo. Sobre este tema, Laura no supo cómo interpretar este concepto, de ahí que tampoco mostrara elementos para diferenciarlo del concepto de turismo. La única idea que expresó, en torno a este concepto, fue la siguiente: Excursionismo es “Tal vez a conocer, ¿no? A, o a, este, a ver cosas tal vez. No sé qué sería una excursión o no lo sabría decirle” (§219).

Como se puede apreciar, tanto las experiencias, como las expectativas de Laura, sobre turismo, se caracterizan por ser un tanto limitadas. En parte, esto resulta comprensible, dada la precariedad de su salario y de las redes de apoyo familiar y comunitario, ya que ni por vía de su salario, ni por la de sus redes de apoyo, resultaría factible el que ella pudiese vivir experiencias de naturaleza turística. Pero también podría interpretarse que esta condición fue planteada en estos términos, por razón de que su estilo de vida le plantea necesidades de sobrevivencia mayormente acuciantes; y necesidades de conformidad identitaria, tales como el logro de una transición mayormente avanzada (tanto en el aspecto corporal, como en el caso del inicio de un tratamiento hormonal; como en el aspecto de reconocimiento social que implica el lograr tener su documentación de identidad, con su nombre femenino).

Casos como el de Laura, pueden ayudar a comprender el lugar que tiene el turismo dentro de las necesidades de las mujeres trans de la frontera norte de México. Si bien, en la investigación social cualitativa está internalizada la idea de que un caso no es suficiente para plantear generalizaciones, este caso sí da cuenta de cómo es que este fenómeno es experimentado por la protagonista de este caso. Y, si se parte de la premisa de que “…aquello que el individuo es, o podría ser, deriva del lugar que ocupa su clase dentro de la estructura social” (Goffman, 2008, p. 143), el caso de Laura puede tenerse como no generalizable pero sí como uno que aporta elementos valiosos para la comprensión de la manera en que se percibe al turismo dentro del mundo vital de las mujeres trans en el norte de México.

Referencias

Goffman, E. (2008). Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires: Amorrortu.

Edgar Madrid es licenciado en filosofía, por la UABC; maestro en ciencias sociales, por la UABC; y doctor en filosofía con orientación en trabajo social y políticas comparadas de bienestar social, por la UANL. Ha sido profesor de filosofía, teorías sociales, ética e investigación social, en la Universidad de las Californias, en la UABC, en la UANL, en el ITESM y en CETYS. Actualmente, es profesor de tiempo completo del Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales de CETYS, Campus Tijuana. Es presidente de la Asociación Filosófica de la Frontera y del Observatorio Filosófico del Norte de México. Es miembro de la Asociación Filosófica de México, y representante de los usuarios de servicios de salud, dentro del Comité de Bioética Hospitalaria del Hospital General de Tijuana. También es presidente del comité de ética en investigación del sistema CETYS Universidad. Ha realizado investigación sobre lesbofobia, sobre maternidad lésbica, y sobre la definición de las necesidades sociales de las familias LGBTQ. En 2013 participó como investigador invitado en la Universidad de Birmingham, Reino Unido, en el proyecto “Understanding and supporting families with complex needs”, bajo financiamiento del fondo Marie Curie Actions, People; y en el verano de 2018, colaboró en calidad de profesor invitado de la materia “Sociología de la familia” en la Universidad de Finanzas y Administración (VSFS) de Praga. edgar.madrid@cetys.mx

imagen: Isis A. Díaz Carrión