Mujeres juntas ni difuntas, una oportunidad para tejer espacios de sororidad

Manos de mujer mayor tejiendo

Harding menciona, en su artículo “Is there a Feminist Method?” publicado en 1998 en el libro Feminism & Methodology, que somos humanos culturalmente diferentes. En este sentido, si bien, a finales de la década de los sesenta e inicios de los setenta comienza la producción académica acerca de los estudios de género con el aporte a la investigación, documentación y teorización de los aspectos, situaciones, condiciones e impactos que se originan a partir de la diferencia sexual (principalmente estudios sobre el colectivo femenino), en la actualidad inician investigaciones sobre cómo han influido esas diferencias en la disminución de los aspectos antes mencionados y no solo en cómo influyen para generarlos.

Es importante, en el uso de lentes de género, referir sobre cómo las mujeres viven su participación en la sociedad, identificar cómo es la performance que desarrollan y cómo a partir de las diferencias y lo que hay en común se trabaja para disminuir las situaciones y condiciones de vulnerabilidad. 

En este orden de ideas, cuando se habla sobre las relaciones de poder, no solo se refiere a las relaciones sociales entre mujer-hombre, sino también entre género como es el caso de mujer-mujer, donde se identifica que, dentro de la historicidad, este trato entre ellas es marcado por enemistad, competencia, discriminación, así como formas de opresión, tal como lo comenta Marcela Lagarde en su artículo “Enemistad y sororidad. Hacia una nueva cultura feminista” publicado en 2012 en El Feminismo de mi vida. Hitos, claves y topías

En el contexto mexicano existe un refrán que refleja esa enemistad: “mujeres juntas ni difuntas”, el cual hace alusión a que como mujeres no se puede trabajar en equipo, existe rivalidad y que este papel se extiende a aquellos roles que desempeñan en diferentes espacios de la sociedad; por ejemplo, en el ámbito laboral, donde “no es fácil trabajar entre mujeres”. Aspecto que podría asociarse con un tipo cautiverio (hecho cultural que define el estado de las mujeres en el mundo patriarcal), término que comparte Marcela Lagarde en su libro Los cautiverios de las mujeres – Madresposas, monjas, putas, presas y locas-, quinta edición (2011).

Con base en Lagarde, para la mayoría de las mujeres, la vivencia en cautiverios se vincula con conflictos, contrariedades, dolor y sufrimiento. Además, el cautiverio de ellas se expresa en la falta y privación de libertad en su propio espacio vital, aunado a que la sociedad y la cultura asignan a cada mujer uno de estos sitios o en ocasiones, más de uno a la vez. 

No obstante, ¿los cautiverios existen a través de la historia? Es decir, ¿se construyen y deconstruyen en los diferentes contextos de la sociedad? Sí y también se pueden generar espacios de libertad donde las condiciones y situaciones de vulnerabilidad sean menores y, de ser posible, se erradiquen. Para ello se retoma lo que comentó Nina Simone, “te diré que es la libertad para mí: no tener miedo”, pero ¿cómo le explicas a alguien cómo se siente la vulnerabilidad ante una situación si esa persona aún no la ha experimentado? 

Es aquí donde se pueden construir y deconstruir espacios a través de la sororidad, verse en los ojos de otros y otras para contribuir en esa libertad de la que habla Nina, además de ser una forma de identificarse entre y con ellas mismas, sobre todo en el caso de las mujeres. También, se puede lograr un espacio donde no se tenga miedo por su género o por pertenecer algún pueblo originario, ni por el color de piel, ni si es una persona con discapacidad, ni por la situación económica o de edad en la cual se encuentre.

Entonces, tejer la historia con matices de sororidad puede desarticular, además de la enemistad histórica entre mujeres, las situaciones de vulnerabilidad para las personas, porque existe la oportunidad de trabajar desde las diferencias y desde lo común con la participación de todas y todos. Igualmente, de aprender desde y con la otredad. 

Lo anterior se asocia con lo que sucede con “las Kellys” en España (mujeres que se dedican a la limpieza de los hoteles -camaristas-), quienes han trabajado por mejorar sus condiciones y situaciones laborales, han generado una asociación para tener voz y trabajar su empoderamiento al identificarse como parte de la columna vertebral de las empresas de hospedaje. 

Otro ejemplo es lo que sucede en Amealco, Querétaro (México), en el colectivo “La Mazorca”, integrado por diferentes grupos del pueblo originario hñahñu (quienes elaboran las muñecas artesanales, así como las personas que trabajan el sillar [piedra labrada], entre otros) y quienes generan acciones de sororidad a través del apoyo mutuo entre ellos y con su localidad. Asimismo, cada integrante, cada grupo representa un grano de esa mazorca, aspecto que se refleja en uno de sus cantos que comparte el grupo Dyx´a´i Medicina Antigua:

Como los granos unidos en mazorca hoy nos reunimos con todos los pueblos para cantar y celebrar nuestra fe con la esperanza de hacer un mundo nuevo, como la espiga que brota hacia arriba así queremos un mundo de armonía, ver transformada esta vida de pobreza con semillas formadas de justicia…

Los puntos clave del párrafo anterior son: el trabajo en conjunto, generar un mundo nuevo, de ir hacia arriba y unidos; cada uno aportando desde su posibilidad, donde su contexto se dé en armonía, que sea equitativo y sobre todo que el aporte que en este momento comparta la generación actual será lo que se herede a las próximas generaciones. Adicionalmente, es importante resaltar que, dentro de las individualidades, cada grano contribuye a formar la mazorca, aspecto que se asocia con las diferencias y la oportunidad de trabajar en conjunto; es decir, desde la sororidad. 

Aunado a lo anterior, parte de su cosmovisión se vincula con las muñecas artesanales; por ejemplo, Donxu, la cual representa a la mujer de San Ildefonso, quien está “siempre de pie” y aunque “a veces creemos que las mujeres no podemos, sí se puede salir adelante” (así lo expresó una de las integrantes del taller Hoky, grupo que integra “La Mazorca”). 

Por otra parte, diseñan muñecas con una causa social para apoyar, económica y emocionalmente, a mujeres y artesanas de su comunidad que han sido diagnosticadas con cáncer. Igualmente, quienes laboran en el taller son tanto hombres como mujeres. Entre todos y todas abonan a la transmisión de conocimientos y de su cultura, así como a generar oportunidades y mejores condiciones de vida.

En suma, tejer relaciones de sororidad donde pueden participar las personas, sin importar los aspectos sociales y culturales como el género, puede contribuir a disminuir las situaciones de vulnerabilidad social a partir de lo que se aprende desde y con otros y otras. Además, abona a la construcción de espacios de libertad, entendida esta como una forma donde se vive sin miedo a ser. 

En una investigación sobre las relaciones de género en el sector hotelero de Toluca, México, realizada durante la Maestría en Estudios Turísticos por la Universidad Autónoma del Estado de México en 2019, se identificó una situación en las empresas de hospedaje. Cuando se le preguntó al personal que trabajaba ahí acerca de cuál era su miedo por ser mujer u hombre, las mujeres coincidían en que su temor era ser secuestradas, violadas, golpeadas. 

Caso contrario con los hombres, quienes expresan no tener ninguno por ser varones, excepto por dos personas; uno de ellos comentó que su miedo también era ser secuestrado o ser víctima de alguna situación de violencia. En el caso de la otra persona, él compartió que su temor era ser criticado por su familia y sociedad debido a la integración de roles con su esposa, en el sentido de no solo ser el proveedor histórico, sino también de apoyar en las labores del hogar y cuidado de sus hijas.

Al indagar sobre qué cambió en estos varones, se identificó que influyó la información que tenían respecto a las situaciones de las mujeres y que habían estado en espacios donde ellas compartían su sentir, por lo que ellos no eran ajenos al tema; es decir, fue una forma de ser empáticos y de comprender por lo que expresan sus homólogas. 

Y si como mujeres comenzamos a no vernos como rivales, sino que tenemos cualidades que se pueden sumar, además, de trabajar juntas y lograr mejores resultados en diferentes aspectos de la sociedad; es lo que sucede con la naturaleza misma, no todo es igual, pero en conjunto logran una mejor armonía. 

De igual forma, construir espacios de sororidad aporta a trabajar de otra forma las diferencias, no desde la enemistad histórica, sino desde lo común y en lugar de ser “mujeres juntas, ni difuntas” deconstruirlo a aspectos como “mujeres juntas, sin miedo”. 

Finalmente, se exhorta a seguir reflexionando sobre el papel que pueden tener las relaciones de sororidad en los diferentes espacios donde se desempeñan las personas, principalmente las mujeres, así como de revisar y continuar líneas de investigación y acción para vincular el tema con la disminución de brechas de género, el suelo pegajoso, el techo de cristal, por mencionar solo algunos. 

Rebeca Mejía-Vázquez es estudiante del doctorado en Gestión Tecnológica e Innovación en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ). Maestra en Estudios Turísticos y licenciada en Turismo por la Universidad Autónoma del Estado de México. Actualmente, docente en la Facultad de Contaduría y Administración de la UAQ. La línea de investigación que trabaja es turismo, género, cultura e innovación. mejiarbk@gmail.com

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